Castillo de Gebara - salvatierra-agurain

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Castillo de Gebara

Castillo de Gebara
El impresionante Castillo de Guevara dominaba toda la Llanada Alavesa

LINAJES DE LA LLANADA    LOS GUEVARA


Señores de la Llanada Oriental, eran la cabeza del bando gamboíno en Álava. Como tales estaban relacionados tradicionalmente con la monarquía navarra.

Sus adversarios, en el occidente de la Llanada, los linajes de Mendoza y Hurtado de Mendoza, Parientes Mayores del bando oñacino en el territorio alavés. Al norte, en la Montaña de Guipúzcoa, los Señores de Lazcano eran de los principales del bando oñacino en ese territorio.

Sus armas más antiguas, de gules, con un chevrón de plata cargado de armiños de sable y  acompañado de cinco panelas de plata, dos en lo alto y las otras tres insertas en el hueco central del chevrón y en triángulo menor, o sea una y dos. Las panelas recuerdan la batalla de Arrato entre Gamboínos y Oñacinos, mientras que los armiños a una leyenda que da origen a este linaje en el reino de Bretaña.

Son mencionados expresamente en las Juntas de Arriaga de 1262, 1291 y 1332. Como vimos, participaron en diferentes campañas de los siglos XIII y XIV.

Su influencia se extendía por la Llanada Oriental. La mayoría de las torres y por consiguiente, buena parte de los escuderos estaban vinculados por los más diversos lazos, parentesco, amistad,  vecindad, a los Guevara.


Castillo de Gebara - Koldo Mitxelena Kulturunea


Bajo el castillo de Gebara

Los vecinos de la antigua villa condal de la Llanada han sabido custodiar su historia. Gebara, ubicada en el municipio de Barrundia, destaca por su fortaleza, ahora en ruinas y, en el siglo XIX, bastión de los rebeldes durante la primera guerra carlista.


El  viajero observador que cruce la Llanada por la N-I podrá ver en el tramo que discurre entre la antigua venta del Patio y la de Etxabarri unas ruinas en lo alto de un otero. Para la mayoría aquello no será más que un montón de piedras en la alto de un peñasco, pero en realidad se trata de lo que queda de lo que fue el orgulloso castillo de los Gebara.


Castillo de Gebara 1839 Edición correspondiente a Julio de 1891. Autografiado. Acompaña al grabado un resumen del sitio que sufrió durante la primera guerra carlista.


Hasta principios del siglo XIX, la vía de comunicación principal de la Llanada, al margen de la calzada romana que discurría más hacia el sur por Alegría-Dulantzi, era el llamado Camino Real de las Postas al Reino de Francia, que en esta zona de Barrundia transcurría paralelo al curso del río Zadorra. Este camino dejaba a un lado Gebara, vigilada por las torres hoy desmochadas de su castillo, y su palacio, de cuyos dueños, marqueses de Gebara, señores de Ganboa y condes de Oñate, descendientes de los tenentes del rey de Navarra, se decía que "antes condes en Gebara que no reyes en Castilla".

Por el Camino de las Postas pasó en 1679 la escritora francesa Marie Catherine Le Jumel de Barneville, condesa d"Aulnoy, quien dejó escrito un libro de sus viajes. Cuenta la condesa que los naturales del país creían que en el castillo, que entonces estaba deshabitado -pero, suponemos, en relativo buen estado-, habitaba un duende, por lo que nadie osaba acercarse por allí, mucho menos de noche. La condesa, superando sus temores, se aventuró a adentrarse entre aquellos muros. Relata que en sus estancias no había muebles, pero que en una de sus salas se podían ver unos tapices que representaban los amores entre el rey de Castilla Pedro el Cruel y María de Padilla.

Un poco antes, en 1672, había pasado por Gebara Albert Jouvin de Rochefort, quien era cartógrafo y oficial del rey Luis XIV de Francia. Abundando en la historia del duende, Jouvin nos dice que "yendo a Heredia y después a Audikana, se ve el pueblo y el castillo de Gebara, flanqueado de torrecillas donde se alza una gran torre cuadrada en el medio, que dicen estar habitada por un duende maligno, que es la causa de que allí no resida nadie, aunque pertenece a uno de los más acaudalados de España".


Dibujo del castillo de Gebara en el siglo XIX


Barriles de pólvora


Gebara, a orillas del río Zadorra, es una de las poblaciones más antiguas del país. Junto al casco de lo que fue villa condal, en el cerro de Santa Lucía, los arqueólogos hallaron restos de un antiguo poblamiento de la Edad del Hierro. Un poco más arriba se encuentran las ruinas del castillo. Aunque su primera construcción podría datarse en el siglo X, sabemos que fue reconstruido en el siglo XV, a imitación del de Sant Angelo de Roma. Fue abandonado poco después, tras la guerra de bandos, en la cual los Gebara encabezaron como parientes mayores el poderoso bando gamboíno. En 1481 los Reyes Católicos concedieron a Iñigo Bélez de Gebara el título de conde de Oñate. Sus descendientes fueron importantes personajes en la corte española.

Los Gebara fueron tenentes de los reyes de Navarra hasta la conquista castellana en 1200, después continuaron siendo leales a Navarra, hasta tal punto de que en la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212, sus vasallos lucharon a las órdenes de Sancho VII el Fuerte.

Durante la primera sublevación carlista, Gebara fue un bastión de los rebeldes, acantonados en su castillo. El general liberal Córdoba tomó el castillo en 1835, pero más tarde fue recuperado por los carlistas. En represalia por la ayuda de los naturales del país a los sublevados, el ejército gubernamental, a las órdenes del general Zurbano, incendió el pueblo el 19 de septiembre de 1838. Al terminar la guerra, al año siguiente, procedió a volar con barriles de pólvora el castillo. A los pies del castillo se encuentra el palacio construido a finales del siglo XIII. Hoy en ruinas, se trataba de una construcción magnífica, con cuatro torreones, uno de ellos actualmente reconstruido.



Todavía se cuenta en Gebara que existen pasadizos que conectan el castillo con sus alrededores, más concretamente con el palacio situado a sus pies, pero esto probablemente no sea más que la explicación que se daba a los soldados españoles cuando éstos preguntaban cómo era posible que a los ocupantes del castillo no les faltasen víveres y suministros, a pesar de que no salían de sus fortificaciones. A propósito de estos pasadizos, en Gebara se afirma que en uno de ellos se encuentra un buen montón de monedas de oro envueltas en una piel de toro, tesoro que por el momento sigue en paradero desconocido.

Durante la segunda sublevación carlista, entre 1872 y 1876, hubo un intento de reconstruir el castillo, por parte de los carlistas, para lo cual se llevaron allí piedras de las murallas de Salvatierra, más de 10.000 carros de piedra salieron de Agurain hacia Gebara.


"Diosela, el nombre de Castillo de Gebara, de la villa de este titulo a el próxima [donde encontraremos] la antigua casa fuerte solar de los Ladrones de Gebara [...]. El castillo de Gebara, ocupado por los parciales de d. Carlos durante la lucha que termino el Pacto de Bergara, y por ellos con empeño fortificado, ha sido uno de los baluartes más poderosos de aquella causa, como punto estratégico.


Asociación Gastezlube


El señorío de los condes de Oñate comprendía, además de Gebara y este territorio guipuzcoano, los términos de Etura, Elgea y Urizar. En 1835, al desaparecer los señoríos, todo este conglomerado formó un municipio dentro de la provincia de Álava, pero en 1845 los territorios del condado de Oñate se repartieron entre las provincias de Gipuzkoa y Álava, territorio este último donde formaron el municipio de Gebara. En 1885 se unieron los municipios de Barrundia y Gebara, estableciéndose la capitalidad de la entidad resultante en Ozaeta.

Una vez en Gebara, resulta agradable la ascensión al castillo, desde donde hay unas excelentes vistas de los valles del Zadorra, Barrundia y Ganboa -éste último anegado por el pantano- que hacen comprender el carácter estratégico de este enclave.

En la actualidad, Gebara es una localidad perteneciente al municipio de Barrundia, en la que habitan 41 vecinos. Orgullosos de su patrimonio, han constituido una activa asociación cultural denominada Gaztelube; esto es, "bajo el castillo
".


La imagen del castillo es anterior a su destrucción en 1839 durante la I Guerra Carlista. Consultar además, mismo grabado publicado en "Manual del viagero en las Provincias Vascongadas" disponibles en el fondo del Koldo Mitxelena (J.U. 3718).


Una viajera del XVII por tierras de la Llanada

Madame d'Aulnay dejó escritas las experiencias de su viaje desde la corte de París a la de Madrid en 1679. Nada más llegar a Baiona, la baronesa se percató de que estaba en un país diferente al suyo, aunque perteneciera al reino de Francia

Una  tarde invernal a comienzos del año 1679, Marie-Catherine le Jumelle de Barneville, baronesa d"Aulnoy, atravesaba en litera, junto a una numerosa comitiva, el paso de Santatria, mal llamado de San Adrián, procedente de París. Se dice que puso tierra de por medio tras un escabroso asunto en el que su marido fue acusado de traición. Lo cierto es que, aunque las acusaciones se demostraron falsas, dos hombres fueron ejecutados, uno de ellos el amante de la madre de Marie-Catherine.

La baronesa nació en 1650 en Bourg-Achard (Normandía). A los 16 años la casaron con François de la Motte, barón de Aulnoy, treinta años mayor que ella, con quien tuvo cinco hijos, no todos reconocidos por el barón. En la Corte de Luis XIV, rey de Francia y Navarra, la baronesa destacó como escritora, siendo conocidos sus cuentos de hadas, no precisamente dedicados al público infantil. Vivió desde 1679 en la Corte de Madrid. En 1681 quedó viuda y en 1685 regresó a París, tras obtener el perdón de Luis XIV.

Perdón que en gran parte le llegó sustentado por la eficaz labor que desempeñó como espía en la corte española. De su experiencia dejó escrito un libro, Relación que hizo de su viaje por España la Señora Condesa d"Aulnoy en 1679, en el que narra su paso por la Llanada.

Tras su regreso a París, el salón de Madame d"Aulnoy se convirtió en uno de los lugares de encuentros literarios y, seguramente, de otros tipos, donde se daban cita aristócratas, artistas y vividores hasta que murió en París el 4 de enero de 1705.

De su viaje por tierras vascas cabe destacar que, al llegar a Baiona, la baronesa ya se percató de que se encontraba en un país diferente, aunque perteneciera al reino de Francia.



Al referirse a las mujeres afirma que "de buena gana daría yo muestras patentes de su jovialidad si hubiera comprendido lo que decían hablando unas con otras, porque no desconocen el idioma francés, pero tienen tal costumbre de usar el dialecto de su provincia, que difícilmente podrían expresarse de otro modo en sus conversaciones particulares". "Este país llamado Vizcaya -refiere-, está lleno de altas montañas en donde abundan las minas de hierro. Los vizcaínos trepan sobre las rocas tan ágil y prontamente como los ciervos. Su idioma, si puede llamarse así tal jerga, es pobre hasta el punto de significar una palabra multitud de cosas distintas". De los vascos le llama la atención el tamaño de sus orejas: "para alargárselas se las estiran a los chiquillos, encontrando en esta deformidad alguna belleza".

La baronesa cruza el Bidasoa en una embarcación gobernada por mujeres conocidas como bateleras. Su cocinero intenta propasarse con una de ellas, la cual poco aficionada a bromas, le abre la cabeza con un remo. Así que un viajero advierte a la baronesa que cuando esas jóvenes vizcaínas se irritan, son más de temer que las fieras leonas".



Entrada en Álava


Al acercarse a Álava, la baronesa describe el territorio como "un camino muy escabroso que conduce a unas montañas altas y escarpadas imposibles de ganar si no es trepando la sierra de San Adrián". Al otro lado, una vez traspasado el túnel, el paisaje asombra a la baronesa, que sufre un ataque de lirismo. "Nunca he gozado de tan hermoso retiro", afirma. "los arroyos corren como en las cañadas, la vista, sin vallas que se le opongan, sólo es limitada por la debilidad de los ojos, la sombra y el silencio reinan y los ecos resuenan en todas partes", detalla.

No obstante, el viaje le resulta penoso. "Hay tanta nieve que llevábamos delante de nosotros veinte hombres que nos abrían camino apartándola con anchas palas". La comitiva pernocta en Galarreta y, al día siguiente, reanuda viaje hacia Vitoria. Un compañero de viaje de la baronesa, Don Fernando de Toledo, sobrino del duque de Alba, le comenta que van a pasar cerca del castillo de Guevara, en el cual, dicen los naturales del país, habita un duende, por lo que nadie se atreve a entrar. A pesar de ello, los viajeros deciden visitar el castillo. "Entramos en el castillo, subimos a una torre sobre la cual se alza el torreón donde habitaba el duende, pero, por lo visto, estaría de paseo, porque allí nadie notó su presencia".



Ya acercándose a Vitoria "cruzamos una llanura muy agradable". La capital de Álava es una ciudad "rodeada por dos cercos de murallas, unas viejas y otras nuevas". Pero algo llama la atención a la baronesa de las vitorianas. "No puedo resistir el deseo de apuntar una moda extraña: todas las señoras abusan tanto del colorete que se lo dan sin
reparo desde la parte inferior del ojo hasta la barbilla y las orejas, prodigándolo también con exceso en el escote y hasta en las manos, nunca vi cangrejos cocidos de más hermoso color", concluye malévola.

Debido al temporal de nieve, la baronesa permanece dos días en Vitoria, cuya plaza principal describe con "una hermosa fuente y cerrada por la casa de la villa, la cárcel, dos conventos y muchas casas bien construidas". Se refiere al espacio donde a finales del siguiente siglo el arquitecto Olaguíbel construiría el actual Ayuntamiento y la Plaza Nueva. "La ciudad está dividida en dos barrios, el viejo y el nuevo y todos los vecinos van dejando aquél para recogerse con más comodidades en éste. Abundan aquí los comerciantes ricos, ocupados en el tráfico del hierro que producen las minas. Y las espaciosas calles tienen a cada lado una fila de árboles".

El camino recorrido por la baronesa era el Camino Real de las Postas al reino de Francia, la carretera general de la época, que estuvo en uso hasta que en 1765 se abrió el paso hacia Gipuzkoa por el puerto de Arlaban.


Tras el abrazo de Bergara los defensores del castillo de Gevara resistieron un sitio de 18 días, hasta el 25 de septiembre, convirtiéndose en los últimos carlistas en rendirse en el País Vasco, de Agurain partieron 10.000 carros de piedra para reforzar sus murallas.


A continuación voy a hablar de la descripción que hace esta condesa del Castillo de Guevara:
  
   "Don Fernando de Toledo me había dicho que cerca de nuestro camino se alzaba el Castillo de Guevara, donde se decía que habitaba un duende, y me contó cien cosas extravagantes que creían los habitantes de la región, y de las que estaban tan persuadidos que, en efecto, nadie quería residir allí.

   Sentí un gran deseo de verlo: porque, aunque yo sea tan miedosa como cualquier otra no temo a los espíritus; y aunque hubiera sentido miedo, nuestro acompañamiento era tan numeroso que bien veía yo que nada tenía que temer.


    Nos desviamos un poco a la izquierda y llegamos al pueblo de Guevara; el dueño de la hostelería donde entramos tenía las llaves del castillo; mientras nos conducía a él, nos dijo que al duende no le gustaba la gente, que aunque fuesemos mil, nos dejaría a todos –si ese era su gusto- molidos a palos. Yo comencé a temblar; don Fernando de Toledo y don Federico de Cardona, que me daban la mano,se dieron cuenta de mi miedo y comenzaron a reírse.

    Avergonzada, fingí seguridad y entramos en el castillo, que habría podido pasar por uno de los mejores, si se lo hubiera cuidado bien.

    No había muebles, si se exceptúa un tápiz muy antiguo en una sala grande, que representaba los amores del rey Don Pedro el Cruel y de doña María de Padilla.

   En un lugar se la veía sentada como una reina en medio de sus damas, y el rey le estaba colocando una corona de flores en la cabeza; en otro sitio, ella estaba a la sombra de un árbol y el rey le mostraba un halcón que sostenía en la muñeca. Aparecía en un tercer lugar en atuendo guerreo y el rey, armado de pies a cabeza, le presentaba una espada, lo cual me hizo pensar que había asistidocon él a alguna batalla guerrera. Estaba muy mal dibujada y me dijo Don Fernando que el había visto otros retratos suyos y que había sido la persona más hermosa y perversa de su siglo.

  Subimos después a una torre, sobre la que se alza un torreón, que resultó ser la morada del duende; pero aquel día debía de estar de paseo, por que no oímos ni vimos nada que se relacionara con él. Después de haber recorrido esta gran fortaleza, salimos para reemprender nuestro camino hacia Vitoria".


Autografiado. Descripción de los autores: “Así denominados por la txapela blanca, utilizada por los vascos partidarios de don Carlos... La placa representa a los soldados citados en el monte, disparando al enemigo que les ataca protegidos tras las rocas... A lo lejos, el castillo de Gebara (provincia de Álava), uno de los fuertes de los carlistas...” Barker, Bligh Crocker, Sydney.
El dibujo fue realizado ante el castillo de Gebara, en plena acción de Arlaban, el 16 de enero de 1836.

FONDOS KOLDO MITXELENA
DIBUJOS:
Zumalakarregui Museoa


TEXTOS:
Luzuriaga, Juan Carlos: Piedras armeras de Agurain
Fernando Sánchez Aranaz
Kepa Ruiz de Eguino


 
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