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Sierra de Entzia en invierno
Cataratas de hielo y musgo – Andoin
Textos:
Francisco Góngora
Fotografías:
Zazpi Ruiz de Infante Aguirre
Algunos de los saltos de agua más llamativos de Euskadi se encuentran en Andoin, en la Sierra de Entzia, lejos de la mirada de curiosos, este año además al permanecer varios días entre -
TESOROS A LA VISTA
Varga es, según el diccionario, la pendiente de una cuesta. Así se conoce la ladera, el pie de monte de toda la sierra de Entzia desde el puerto de Opakua hasta San Donato, ya en la Urbasa navarra.
La Diputación alavesa acaba de catalogar como reserva forestal los robles centenarios de los Arimotxes y Arimotxis de Munain y Ocariz.
Los pueblos de la Llanada oriental han sabido crear a lo largo de los siglos un ecosistema de dehesa. Los robles, hayas y quejigos envejecen, producen bellotas y leña que se usa también para el carboneo.
Una riqueza con un valor didáctico y ecológico muy difícil de encontrar en un país donde no se deja crecer los árboles más allá de los cien años.
El absoluto desconocimiento general de este lugar, la falta de señalización y la sorpresa que te llevas cuando contemplas la belleza de este conjunto de saltos de agua hacen la excursión una jornada inolvidable.
Al finalizar el recorrido, la pregunta es obvia: ¿cómo no se ha preparado aún un sendero específico y bien indicado para recorrer esta maravilla de la naturaleza? Hay que descubrir la respuesta por uno mismo. Una vez en Andoin, hay dos posibilidades de acercamiento a los saltos.
En la primera nos dirigimos hacia la izquierda, a la plaza con su fuente y el pilón de agua. En la segunda, se toma hacia la derecha, en dirección a Ibarguren, y enseguida se sigue una pista a la izquierda entre dos casas. Se cruza el río, se alcanza una barrera y se toma una pista a la izquierda.
Por aquello de aprovechar al máximo nuestro tiempo y nuestras fuerzas, proponemos una ruta circular que aproveche los dos caminos. Si tomamos el primero, una vez aparcado el vehículo, se busca una valla metálica nada mas comenzar y seguimos la pista que discurre junto a un abrevadero para el ganado.
Al ver a las vacas pastando entre los árboles se empieza a comprender por qué no hay señales ni ganas de ponerlas. Hay que superar otra valla artesana, de la que parte un sendero claro y normalmente embarrado por el paso de las reses y festoneado con quejigos centenarios –otro de los atractivos del itinerario– a derecha e izquierda.
La senda conduce hasta una pequeña compuerta y a una presa que retienen el agua. Hemos caminado aproximadamente media hora y surge entonces la sorpresa: las cinco cascadas.
Una vez que ves la primera hay que seguir al lado del río buscando su nacimiento. El verdadero nombre del arroyo es La Tobería, porque predomina la toba, un tipo de roca compuesta de musgos petrificados que han formado carbonatos.
Sendero salvaje
El agua tiene mucho sabor a cal. Según cambia el tipo de salto el espectáculo es diferente. Las panzas de musgo verde son únicas y forman uno de los escenario fluviales más espectaculares del País Vasco. El murmullo del agua acompaña al excursionista en todo momento. Como no hay señales la referencia siempre es el cauce y saber que a derecha e izquierda hay caminos.
No es fácil moverse porque hay mucha pendiente, pero deberemos seguir un sendero salvaje sin marcar, donde se intuyen las huellas de quienes nos han antecedido. Así que hay que andar con mucho cuidado. No es recomendable ir con niños o con personas poco habituadas a las caminatas por el monte, porque para observar las cascadas hay que asomarse a alturas considerables y a veces hay que trepar.
Una vez que se llega al nacimiento, existe la opción de seguir hasta el portillo de Andoin y subir a las campas de Legaire.
Un complejo sistema kárstico pemite que el agua de lluvia desaparezca en el sumidero de Igurita y reaparezca a media ladera. El regreso se puede hacer por la orilla contraria y, en este caso, el camino resulta más evidente.
Textos:
Francisco Góngora
Fotografías:
Zazpi Ruiz de Infante Aguirre