Zokorra, la bruja de Agurain (II) - salvatierra-agurain

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Zokorra, la bruja de Agurain (II)

Mitos y Leyendas


ZOKORRA, La bruja de Agurain




Cuando la vida era concebida como una supervivencia frente a las infinitas amenazas que apuntaban de todas partes, no era extraño buscar chivos expiatorios en los que descargar la rabia que el día a día producía.

Es así como algunas pobres personas sufrieron de infundadas acusaciones de ser brujas, hechiceras, gafes…

Presentamos aquí el desdichado caso de la Zokorra, la pobre vecina de Agurain acusada de brujería, convertido en leyenda a través de generaciones.

LA VILLA DE AGURAIN-SALVATIERRA                   

Dominando la Llanada Oriental se yergue orgullosa, la villa de Agurain – Salvatierra. Las dos imponentes iglesias – fortaleza y los restos de las murallas nos hablan de un pasado donde las batallas formaban parte del horizonte habitual de la existencia. La versión popular atribuye a los “moros” estas construcciones.

Cerremos los ojos. Si permitimos que, con su invisible mano, nuestra imaginación esboce lo que esta villa fue antaño, allá por la Edad Media, podremos vislumbrar una población protegida por más de dos kilómetros de fuerte muro, foso y siete puertas. Podremos intuir también su castillo de más de veintidós metros de altura, junto a la Iglesia de Santa María, con sus dos cubos, los dos puentes levadizos y el torreón.

Dibujo de Marcelino Rico de la Fortaleza de Los Ayala


El castillo pertenecía a los Ayala y, según cuentan, éstos se opusieron a que el campanario de Santa María tuviera más altura que su fortaleza, siendo éste el motivo por el que estuvo tantos años sin concluirse.

La tradición local, asegura también que un pasadizo subterráneo comunica las dos iglesias – fortaleza, Santa María y San Juan, posibilitando el tránsito seguro en tiempos bélicos, en el caso de ser superada la mura e invadida la población.

Todo el conjunto conformaba un seguro baluarte, a salvo de codiciosos adversarios que acechaban por doquier.

Pero hay enemigos ante los que es difícil hallar protección: la peste y el fuego. Ambos, como jinetes de la Apocalipsis se adueñaron de la Villa. Hicieron su aparición a mediados del siglo XVI, con escaso margen de tiempo. Las primeras noticias de la peste les llevaron a tomar algunas medidas, como prohibir la entrada a gentes extrañas. Sin embargo las precauciones no fueron suficientemente eficaces. La peste llegó con virulencia.  Murieron en torno a seiscientas personas, alrededor del 40% de la población. Como por aquella época enterraban en las iglesias, acordaron tapiar sus puertas para evitar el hedor y las infecciones que de ellas emergían.

Poco más tarde se declaró un voraz incendio que arrasó toda la villa, a excepción de la Iglesia de Santa María, un horno y una casa, la casa de las Viudas.                  

La casa de la viudas según un dibujo de Marcelino Rico

Las llamas alcanzaron tales proporciones que se fundieron las campanas de la Iglesia de San Juan, templo que también se quemó.

No faltó el rumor de que el fuego había sido provocado para acabar con la peste. Tras ambos sucesos, la angustiase adueñó del lugar. Fueron demasiadas las desgracias en tan corto espacio de tiempo. El dolor tiñó de oscuridad el cielo.

No fueron los únicos momentos en que Agurain sufrió la presencia de ambas fatalidades, aunque sí fue una de las épocas más adversas para sus moradores. No nos debe extrañar que, en aquellos tiempos  en los que se consideraban como castigos divinos, surgiesen los penitentes y disciplinantes. En la procesión del Viernes Santo, a la sombra de la Cofradía de la Vera Cruz, se flagelaban con tal fuerza en nuestra villa que, en más de una ocasión, necesitaron asistencia para curar sus heridas. Mentalidad extraña para nuestros tiempos en la que parece que los dioses necesitaban sangre para calmar su ira.

La belleza actual de nuestra Villa nos hace difícil conjurar los malos tiempos que ha padecido. Calle, olbeas, iglesias, escudos, soportales…nos hablan de una antiquísima historia grabada en sus piedras. Una historia recogida sólo en parte por los documentos y legajos, pues la otra es únicamente susurrada desde algunos rincones peculiares, esos testigos de excepción que se hallan en cada lugar habitado.

Como toda población, Agurain cuenta con sus tradiciones y leyendas. Abrimos nuestra puerta a su mundo legendario. Nos acercamos hasta el antiguo barrio judío de “Poco tocino” (Urdai Gutxi) en el irónico lenguaje popular- ubicado al sur de la iglesia de San Juan. En dicho templo encontraba protección, si su vida corría peligro, éste colectivo. El derecho de asilo les amparaba.

Cuentan los mayores…

Años atrás, en este barrio habitaba una extraña mujer. Era temida por todos, niños y adultos, y su fama de bruja se extendía allende de las murallas.

Su mísera vida le hacía mendigar por la villa medieval y su entorno. Los vecinos no se atrevían a negarle una limosna para no ser víctima de su ira y sus maldiciones.

Aseguran que, cuando se acercaba hasta Eguileor o al caserío de Lezao, se abrían solas las puertas de las casas, saliendo el ganado estabulado a la finca de los alrededores. Si un vecino se encontraba próximo a su hogar veía que los ganado habían escapado de las cuadras, sabía que no tardaría en aparecer la bruja Zokorra por las inmediaciones.

En una ocasión, unos jóvenes de Agurain repararon en un gato negro. No era conocido por los vecinos así que se sintieron con la libertada de dar un escarmiento al animal, con el objeto de que regresase a su lugar de origen. Y como suele ocurrir entre los jóvenes, no tardaron en llevar a cabo su peregrina idea. Armados de palos y piedras persiguieron con saña al felino hasta que estuvieron seguros de que no volvería a pisar sus calles. Para su sorpresa, al día siguiente apareció la Zokorra totalmente maltrecha.

El Portalico, puerta de los judíos de Agurain

Ningún joven preguntó el motivo de las magulladuras; habían caído en la cuenta de que, el día anterior, habían estado persiguiendo y maltratando a la vieja bruja. Desde entonces, cuando veían un gato negro, un escalofrío recorría sus espaldas. Podría ser la vieja bruja adoptando la forma de felino.

Las sospechas de sus transformaciones en gato negro quedaron confirmadas en distintas circunstancias. A un vecino de Agurain le robaban la leche que dejaba refrescando en la ventana norteña. Como el suceso se repitió varias veces, los dueños decidieron aguardar al ladrón. Esa noche, al abrigo de la oscuridad, apareció un gato negro. Su paso firme indicaba que se dirigía al puchero de leche. Antes de que el animal percibiera la emboscada, ya había recibido un buen golpe en una de sus patas traseras. A la mañana siguiente, la bruja apareció cojeando, con una pierna vendada.

Sus convecinos miraban a la Zokorra con recelo pues, sobre ella, se susurraban todo tipo de relatos. Nadie sabía donde terminaba la realidad y empezaba la imaginación. Entre otros poderes extraños, decían que hacía bailar las cebollas de los desvanes En algunos pueblos cercanos a Agurain, como Alaiza, etc.. contaban que, si al estar en la cocina veían bailar a las cebolla, era señal inequívoca de su presencia cercana. En efecto, la extraña mujer no tardaba en llamar a la puerta, solicitando una limosna.

Era tanto el miedo que causaba su figura, que algunos de los vecinos, decidieron denunciarla a la autoridad. En el proceso judicial aseguraron haberle visto realizar numerosos actos diabólicos. En aquel oscuro tiempo de procesos inquisitoriales, la bruja Zokorra no tardó en ser condenada a la hoguera. Cuentan que, cuando se encontraba entre las llamas, lanzó una maldición hacia el pueblo que le arrebataba la vida: “¡No habrá dos sin tres!”. Con ello hacía referencia a que en el pueblo morirían de tres en tres personas. También afirmó que cada cuatro grupos de personas muertas, habría además otro joven fallecido. Ambas predicciones se cumplen, si hemos de creer el asentimiento general. Y cuando muere alguien en la Villa ronda la duda sobre quienes serán los acompañantes de tan luctuoso viaje.

OTRA VERSION DE LA ZOKORRA

Otra versión sitúa a este personaje en el tiempo en que Agurain fue pasto de la peste e incendios. El pueblo le acusaba de ser ella la causante de tales adversidades. Las autoridades de la villa se reunieron y decidieron desterrar a la Zokorra. Si era ella el origen de tanta desgracia, no debería habitar entre ellos; si no lo era, corría el peligro de ser ajusticiada en una revuelta popular. La autoridad le exigió que abandonara las murallas, aún sabiendo que, por ser invierno, suponía una muerte probable. La mendiga fue condenada. Un nutrido grupo de curiosos le acompañaba hasta una de las puertas de la Villa.

Cuentan que, en ese momento, tornando la mirada hacia sus verdugos y acompañantes, lanzó la maldición sobre la muerte múltiple en Salvatierra.

Tras escuchar los múltiples y variados relatos sobre ésta mujer, podemos percibir que, bajo el mismo nombre de Zokorra, subyacen en realidad varias personas, la mayoría de ellas sospechosas de brujería. Elementos míticos complementan éstas tradiciones populares. Unos las ubican en tiempos recientes; otros las sitúan siglos atrás. Ni siquiera la imagen que se proyecta de esta mujer es unívoca pues, mientras que para muchos fue una bruja perversa y dañina, no falta quien asegura que, en realidad, no fue sino una eficaz curandera de nuestra localidad.

Historias recogidas por Carlos Ortiz de Zarate - Aunia

 
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